William Shea, "El caso Galileo en un contexto nuevo", Alfa y Omega,
27.I.05 >> Religión y ciencia son dos asuntos cuya capacidad de convocatoria en la opinión pública es cada vez
más creciente. El conflicto que en el pasado las había confrontado parece haberse esfumado. El mismo caso Galileo, que representa
el momento de mayor tensión entre ambas, se encuadra en un contexto nuevo. Hoy aparece como un acontecimiento sobre el
que se ha especulado durante largo tiempo, y que debe ser juzgado con mayor objetividad. Los documentos de los Archivos
Vaticanos no concuerdan con lo que la propaganda decimonónica anticlerical dice de este episodio. Lo afirma, en esta
entrevista concedida al diario Avvenire, el profesor William Shea, quien, después de haber enseñado en Cambridge y en Harvard,
ocupa hoy la misma cátedra de Historia de la Ciencia que ocupó Galileo, en Padua. -Profesor Shea, teólogos y científicos
tienen una gran necesidad de hablar entre ellos...
En todos los países. En Estados Unidos he tenido recientemente
tres conferencias acerca de este tema. La ciencia ofrece una mano a la teología, haciendo conocer que el mundo ha sido
creado por Dios (en este sentido, interrogarse sobre la Naturaleza equivale a imaginar la mente de Dios). Por otro lado,
la teología ofrece a los científicos elementos de reflexión sobre el sentido de la investigación, de modo que se puede
encontrar la búsqueda científica ligada a una visión ética del mundo.
-Las tensiones y malentendidos del pasado,
¿están ya olvidados?
Acerca de la teoría de Charles Darwin no hay un verdadero enfrentamiento. La trágica historia
de Giordano Bruno no entra en el conflicto ciencia-fe: se limitaba a términos teológicos. Entonces, el único caso de conflicto
estaría en torno al heliocentrismo y a Galileo.
-¿Cuáles son las novedades que salen a la luz en los documentos
históricos estudiados hasta la fecha?
El motivo de por qué aquel acontecimiento acabó como acabó continúa siendo un
enigma. Galileo Galilei era muy estimado por Pablo V y Urbano VIII. Los jesuitas lo tenían en grandísima consideración.
Gracias al jesuita y matemático Cristóforo Clavio había obtenido la cátedra de Pisa, y la todavía más prestigiosa de
Padua. Cuando mostró el instrumento que había inventado -el occhiale, esto es, el telescopio-, la Academia de los Licei,
de Roma, fue a verlo; según el cardenal Francesco María del Monte, Galileo merecía una estatua ecuestre en Campidoglio.
En 1624, en siete semanas transcurridas en Roma, tiene seis coloquios con el Papa Urbano VIII. Y después de la condena,
no sólo no fue a la cárcel, sino que fue tratado con un respeto y una indulgencia inconcebibles en un siglo como aquel.
-¿Cuándo
se perfila el inicio del drama?
Cuando, muy educadamente -hace falta decirlo-, Galileo es invitado a dar las pruebas
del heliocentrismo. El Papa le pide demostrar que la Tierra realmente se mueve; sólo así -le dice-, la Iglesia podrá formular
una nueva interpretación de la Escritura (en el Eclesiastés, Josué «detiene el camino del sol»). Pero Galileo no tiene
esas pruebas.
-¿Entonces, el heliocentrismo de Copérnico y Galileo podía aparecer como una mera teoría?
La
prueba del heliocentrismo sólo viene con la ley de la gravitación universal de Newton. Y cuando llega, la Iglesia la acepta.
Sin embargo, en la época de Galileo, la teoría copernicana circulaba y no era de hecho combatida: era considerada una
hipótesis o suposición astronómica, no una verdad absoluta. Pero Galileo se quiere jugar el todo por el todo. En su Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo, llegó a introducir un personaje ridículo, Simplicio, que representa claramente
al Papa Urbano VIII. Galileo era realmente un florentino de carácter. Pero Urbano VIII era de la misma ciudad, y de
la misma pasta. ¿Cómo puede un hombre inteligente como Galileo cometer un error de ese género?
-¿Por esto se
precipitaron los acontecimientos?
Las razones son muchas. La guerra de los Treinta años; España, que acusa a Roma
de acercarse a los protestantes para detener el dominio español. Es entonces cuando se descubre que el principal protector
de Galileo, Giovanni Ciampoli, secretario del Papa, debido a ambiciones frustradas, conspira junto a los españoles.
Se cierran todas las vías para un compromiso. Urbano VIII, cuando decide romper definitivamente con Galileo, relaciona
la ofensa del Diálogo con la conjura de Ciampoli; le dice al embajador florentino: «¡Ha sido una verdadera ciampolatada!»
Luigi
Dell´Aglio
Nuevo documento histórico sobre Galileo, Zenit, 21.VIII.03 CIUDAD DEL VATICANO, 21 agosto 2003 (ZENIT.org).-
Una carta, descubierta en estos días, confirma que el Papa Urbano VIII se preocupó porque el proceso contra Galileo
Galilei (1564-1642) se realizara con rapidez a causa y en el respeto de las precarias condiciones de salud del imputado.
El
descubrimiento de la carta se debe al historiador Francesco Beretta, profesor de Historia del Cristianismo, en la Universidad
alemana de Friburgo, que la ha encontrado en los archivos del antiguo Santo Oficio, actualmente Congregación para la
Doctrina de la Fe.
Se trata de una carta del comisario del Santo Oficio Vincenzo Maculano da Firenzuola del 22 de
abril de 1633, dirigida al cardenal Francesco Barberini, para expresar las preocupaciones del Papa por el científico acusado
de herejía.
Según Beretta, la redacción de la sentencia del 22 de junio de 1633 contra Galileo, al menos en sus
partes esenciales, se debe probablemente al mismo comisario del Santo Oficio.
«Es indudable que para alguno todavía
hoy Galileo es sinónimo de libertad, modernidad y progreso, mientras que la Iglesia es dogmatismo, oscurantismo, estancamiento.
Pero la realidad es muy diferente de esta percepción surgida de la fantasía», explica el nuevo secretario de la Congregación
para la Doctrina de la Fe.
El arzobispo Angelo Amato, de 65 años, salesiano, tras este descubrimiento recuerda
en una entrevista concedida a la última edición del semanario italiano «Famiglia Cristiana», aspectos sobre el proceso
contra Galileo.
«Cuando, en 1610, Galileo publicó "Sidereus Nuncius", en donde sostenía la centralidad del sol en
el universo, recibió el aplauso tanto de Johannes Kepler, el gran astrónomo, y del jesuita Clavius, autor del Calendario gregoriano.
Incluso entre los cardenales romanos recogió un gran éxito, de hecho todos querían contemplar el cielo con su famoso telescopio».
«Quienes
se le opusieron fueron sobre todo los filósofos, en especial los de la escuela peripatética de Pisa, que se inspiraban
en Aristóteles, y comenzaron a poner en juego la Sagrada Escritura», recuerda. Por estas presiones, intervino después
el Santo Oficio.
En octubre de 1992, coincidiendo con el 359 aniversario de la muerte de Galileo Galilei, presentó
sus conclusiones la Comisión especial de teólogos, científicos e historiadores, creada por Juan Pablo II en 1981, presidida
por el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, para examinar los posibles errores cometidos
por el tribunal eclesiástico que condenó en 1633 al famoso astrónomo.
El 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II reconoció
públicamente esos errores: «Permítasenos deplorar ciertas actitudes mentales... derivadas de la falta de percepción
de la legítima autonomía de la ciencia», afirmó ante la Academia Pontificia de las Ciencias.
Ahora bien, monseñor
Amato pide acabar finalmente con la leyenda negra en torno a Galileo, «transmitida por una mentirosa iconografía, según
la cual, Galileo fue encarcelado o incluso torturado para que abjurase».
«Cuando se alojó unos veinte días en el
Santo Oficio, su habitación fue el apartamento del fiscal, uno de los oficiales más elevados de la Inquisición, donde
fue asistido por su propio servidor», explica. «Durante el resto de su estancia en Roma fue huésped del embajador florentino
en la Villa Medicis».
En una pasada entrevista concedida a Zenit, el cardenal Poupard recordó que «desde luego,
Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a "formalem carcerem" --una especie de reclusión domiciliaria--,
varios jueces se negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó».
«Galileo pudo seguir trabajando
en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su
enfermedad, testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad», añadió el cardenal
Poupard.
La Comisión vaticana que sirvió para la rehabilitación de Galileo, sigue revelando monseñor Amato, declaró
que «la abjuración del sistema copernicano por parte del científico se debió esencialmente a su personalidad religiosa, que
pretendía obedecer a la Iglesia aunque ésta estuviera en el error. Galileo no quería ser un hereje, no quería exponerse
a la condenación eterna, y por tanto aceptó la abjuración para no pecar».
En definitiva, según el arzobispo, tras
la investigación de la Comisión y la rehabilitación del Papa, se puede considerar que el caso de Galileo ha quedado
cerrado.
Este episodio, concluye, ha enseñado «a no poner en primer plano la contraposición sino más bien la armonía
que debe reinar» entre la razón y la fe, «las dos alas con las que el cristiano puede volar hasta Dios», «como ha sintetizado
Juan Pablo II en la encíclica "Fides et ratio"».
El científico creyente, subraya el secretario de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, tiene la tarea «de no tener miedo a desempeñar su labor de investigación de la verdad».
Tomado
de Zenit, ZS03082103
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